Hoy nuestra simpática profesora Edith no ha podido evitar la tentación (a pesar de andar con el tiempo en el culo, como siempre) de contarnos la verdadera historia del Instituto Británico cuando le he preguntado acerca de ella. Y es que ¿quién no se sentiría orgulloso de poder relatar los hechos si han sido contrastados con la fuente principal? Pero vayamos por partes:
Cuenta la historia (que no la leyenda) que la famosa casa señorial que muchos conocemos ya, en la ahora nombrada calle "Federico Rubio", perteneció allá por principios del siglo XX a los Fernández Murube, cuya hija estaba prometida con el médico de la familia. El hombre tuvo que marchar a la guerra de Cuba, donde murió luchando. Cuando la pobre muchacha fue avisada de la noticia corrió desde la que es hoy la biblioteca en la segunda planta y se tiró por los ventanales que dan al patio, suicidándose ante tal desconsuelo.
Los años pasaron, y tenemos que remontarnos ahora a los 90, cuando Edith ya trabajaba para la escuela, para seguir nuestra historia. El Instituto Británico contaba aún por entonces con el que fue su principal director y fundador, John Eduard Thomas, un hombre según nuestra profesora, encantador. Su retrato cuelga actualmente de una de las paredes de la biblioteca en su memoria.
Pues bien, parece ser que este señor no solo trabajaba allí, sino que hizo del edificio su hogar. Se pasaba hasta la noche en una de las salas que dan a ese patio sevillano porticado con su fuente en el centro, y contaba que en muchas ocasiones había visto el espectro de una joven con ropaje antiguo descender desde la capilla (desapercibida por muchos estudiantes hoy al subir esas enormes escaleras) y caminar (o levitar, mejor dicho) hasta desaparecer en la zona trasera del edificio, donde se mantiene cerrado un pasadizo subterráneo.
Edith además, cuenta que las limpiadoras que trabajaban por aquel entonces, Elvira y Carmen se negaban a entrar la una sin la otra en el ala este de la casa, donde hay un estrecho pasillo que termina en la habitación con ese gran balcón que da a la calle.
Solo por terminar con un detalle, os diré también que Mr. Eduard murió en su sala de estar poco después, cuyo destino, como casi todas las habitaciones de la casa, ha sido el de convertirse en aula. La que fue por primera vez, y es actualmente, mi aula; precisamente.
Vaya, vaya, no tenía ni idea de esa historia!!! Cuidadito con los fantasmas querido...
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